sábado, 18 de noviembre de 2017

Kepler 22b


Los objetos prestados
suelen ser los más valiosos.
Al parecer, en una escala
de cero al infinito,
el simple gesto de sentirnos
dueños de lo impropio
nos hace vulnerables.
Es una conjetura, por supuesto;
nunca se me dio bien
ser partícipe de verdades absolutas.
El poder que otorga
hacer un hueco a lo desconocido
y, aún más allá,
darle cobijo sabiendo
que pronto ese espacio
volverá a llenarse de vacío,
acelera el ritmo cardíaco
hasta asimilarse a breves
e intensas tormentas de verano.
Lo ajeno tiene la capacidad
de desplegar cada una
de nuestras páginas en una sola caricia.
Sin más, un pedazo de locura extraño
y otro propio se convierten en cordura.

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