Me miras con esos ojos
que, al mismo tiempo, provocan
que las hojas caigan
y se hundan en tierra seca,
y que nazcan otras:
nuevas, verdes, inquietas.
Estoy en ese punto de inflexión,
en esa esquina, ese cruce,
esa intersección,
ese lugar, ese no lugar
en el que todo se mezcla,
todo fluye, todo se diluye.
Y allí reconozco todos los cielos,
todos los infiernos,
aquellos que otros crearon
para sentirse superiores
para tener algo a lo que aferrarse,
para sentirse de este mundo o de otro,
sin saber que no hay mundo,
que no hay otro, que no hay nada.
Navego en la ausencia
y noto cómo las lágrimas
pesan más que las propias miradas;
cómo un giro inesperado
puede provocar tanto
que nada se mueva.
Paralizados y al mismo tiempo
recorriendo poco a poco cada piel:
sin sentir nada, sin decir nada.
Hace frío. Tanto que no noto la brisa.
Hace calor. Hace viento...
Hace todo lo que podría ser si no estuvieras.
Pero estoy allí
y todo pasa tan rápido
que este poema
no es un poema,
no es nuestro poema,
no es mi poema.
El infinito...
se cierra.
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